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miércoles, 16 de octubre de 2019

Masayoshi Son, de humilde emprendedor discriminado a magnate japonés fundador y presidente de SoftBank


Masayoshi Son, el presidente de SoftBank


JAPÓN - El talento y el poder de seducción de Silicon Valley, el dinero y  la altivez saudíes y el potencial y dinamismo de los mercados asiáticos. Nadie como Masayoshi Son, el magnate japonés que fundó y preside SoftBank, ha sabido encajar los intereses y capacidades de los principales actores de la economía global para dar con una fórmula de éxito tan heterodoxa como envidiable. Sólo así se explica que un humilde emprendedor que tuvo que empezar luchando contra el estigma de su origen coreano haya llegado a convertirse en el mayor impulsor de empresas emergentes que han cambiado paradigmas como Uber, Alibaba o Nvidia, en el dominador de la telefonía y los servicios de internet en Japón y en uno de los inversor es de referencia tanto de la Administración Trump como del Gobierno de Arabia Saudí, cuyo Fondo de Inversión Pública le ha confiado ni más ni menos que 45.000 millones de dólares. Todo a la vez en un sorprendente encaje de piezas que no entiende de orígenes, idiomas, culturas o modelos de negocio.


  Masayoshi Son dice:
  •   "Quienes gobiernen los datos gobernaran el mundo"  
  •   "Si naces en una familia coreana en Japón estás sujeto a una discriminación sin fundamento. A mí eso me hizo más fuerte"   

Aseguran los analistas que han seguido de cerca su trayectoria empresarial y muchos de esos aliados estratégicos a los que siempre ha recurrido en su camino que el éxito de Son se basa tanto en su tenacidad como en su inconformismo, ya que todos coinciden, paradójicamente, en no definirlo como un gurú de la tecnología. Más bien como a un cabezota con gran habilidad para conseguir recursos y un buen olfato para los negocios de futuro acompañado de unos criterios laxos en sus auditorías. "Siempre trato de sentir la fuerza", es una de sus frases más citadas, con la que el propio Son parodia su sobrenombre de Yoda, el sabio, bajito y calvo maestro Jedi de la saga Star Wars.  




Sólo ese arrojo que muchos tildan de suicida, especialmente sus competidores, explica que a sus 62 años Son no sólo hay sobrevivido en un mundo en constante evolución, sino que haya llegado a la cima de su carrera tras convertir una humilde firma de distribución de software con nombre grandilocuente en el mayor conglomerado de tecnología y comunicaciones del mundo. Su imperio incluye el mayor fondo de inversión en start-ups, Vision Fund, que en sólo dos años se ha convertido en el mayor financiador de las firmas de Silicon Valley, y el tercer operador de telefonía más grande del mundo. Y todo ello después de perder el 99% de su capital –70.000 millones de dólares– tras el pinchazo de una burbuja tecnológica que nunca quiso reconocer. Tras el batacazo, Son fue el único en apostar fuerte por la segunda ola tecnológica en la que nadie confiaba demasiado aprendida la lección.

Lo que unos podrían definir como una historia de éxito y superación personal y otros como la historia de un tipo con suerte, cuando no la crónica de un hundimiento anunciado, comenzó para Son ya en su época de guardería, como el propio empresario confesó a la revista Nikkei Asian. Los niños se burlaban de él y lo apedreaban por su origen coreano, si bien había nacido en Japón –en la ciudad meridional de Tosu, en la isla de Kyushu– y llevaba el apellido japonés que había adoptado su familia ya en la ocupación japonesa de Corea: Yasumoto. Terco hasta en la adopción de la disciplina japonesa, el joven Masa se propuso ser el mejor.


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Fascinado por el poder de los negocios de éxito, con apenas 16 años se propuso conocer a Den Fujita, el visionario que había triunfado llevando McDonald's a Japón tras la irrupción en el país del sol naciente de la cultura popular estadunidense y la implantación del béisbol como deporte nacional. Como no lo consiguió por teléfono tras un centenar de llamadas no dudó en plantarse en sus oficinas de Tokio. "Me iba a gastar más en llamadas que en un billete de avión", explicó tiempo después. Y Fujita, ante su insistencia, le concedió 15 minutos de su tiempo para ofrecerle un consejo que marcó la vida de aquel jovencísimo emprendedor: estudia en Estados Unidos y aprende todo lo que puedas de las nuevas tecnologías. Dicho y hecho: Son movió cielo y tierra para conseguir una beca en Berkeley y, ya allí, exploró el potencial de la transferencia tecnológica entre Estados Unidos y Japón importando máquinas recreativas Arcade desde su país. No fue su único negocio tecnológico como estudiante, ya que el avispado alumno japonés convenció a uno de sus profesores para comercializar un traductor que éste había desarrollado y se lo colocó a Sharp por de medio millón de dólares.

Esas experiencias marcaron definitivamente la trayectoria de un emprendedor que, de regreso a Japón a principios de los ochenta del siglo pasado no sólo decidió recuperar con orgullo su apellido familiar coreano, sino que fundó SoftBank para dedicarse definitivamente a los negocios tecnológicos. Fue así como no dudó en subirse a la cresta de la ola de las puntocom y cómo, tras estrellarse, vio un nuevo filón en la telefonía móvil y los servicios de Internet de la mano de Yahoo! y Vodafone para hacer de SoftBank el primer operador de su país con una política de bajos precios y apuestas estratégicas por el ADSL y la introducción en Japón en exclusiva del iPhone, una herejía para el sector tecnológico local que pronto se convirtió en un éxito sin precedentes. Aunque su mayor acierto empresarial, el que ha venido sosteniendo lo que ya es el mayor conglomerado tecnológico del mundo, con inversiones en más de un millar de firmas, fue la compra del portal chino de e-commerce Alibaba en el 2000.

Sus detractores advierten de que el magnate volverá a caer de nuevo en la misma trampa e incluso de que el propio músculo financiero que ha llevado a un sector que opera sistemáticamente presentando pérdidas y endeudándose a la vez que incrementa su valor a estrellarse con estrépito. Es el caso, por ejemplo, de Uber, de la plataforma de coworking WeWork, a la que Vision Fund también ha inyectado ingentes cantidades de dinero; de Sprint, que ha perdido la tercera posición como empresa de telefonía en Estados Unidos por su ambiciosa apuesta por el desarrollo de la tecnología 5G tras una inversión de 21.000 millones de dólares por parte de SoftBank en el 2013, o de Arm, una firma británica de chips por quien el fondo pagó 32.000 millones en el 2016 y que hoy arrastra una deuda de 143.000, por poner los ejemplos más evidentes de las arriesgadas inversiones de Son, a quien muchos ven como un tigre de papel contemporáneo.

A vista de cualquier analista ortodoxo, el apalancamiento con el que opera el fondo, soportado por el valor de Alibaba y la multimillonaria inyección de dinero saudí puede acabar en sonada quiebra en cualquier momento, aunque el osado inversor sigue presentando beneficios ejercicio tras ejercicio e incrementando el valor del holding. A ello se suman un episodio de evasión de impuestos en Japón y diversos entresijos de ingeniería financiera con empresas domiciliadas en paraísos fiscales que afloraron tras la publicación de los papeles de Panamá. Claros y oscuros en una historia, por ahora, de éxito y superación. 




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